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Verano Azul, unas vacaciones en el corazón de la transición, Mercedes Cebrián (Alpha Decay)

Aunque el prestigio de la autora me animó a su lectura, debo reconocer que temía encontrarme con uno de esos productos que campan a sus anchas por las librerías de medio país con el claro propósito de capturar a los lectores nacidos en los últimos setenta - primeros ochenta, esos que pensamos (con razón, por supuesto) que nuestra infancia fue la mejor posible. Ahí están esos productos "yo fui a EGB", con Marco y Heidi, con canciones de parchís, con Espinete... y con Verano Azul. 


Pues para vuestra tranquilidad (y la mía), Verano Azul: unas vacaciones en el corazón de la transición, no pertenece a este grupo. No huyáis, queridos lectores, este es un libro de verdad.

Mercedes Cebrián, a medio camino entre el ensayo y el libro de viajes (el libro es ambas cosas, superpuestas y entrelazadas), construye un relato de precisión quirúrgica sobre la serie que tambaleó los cimientos de muchos infantes cuando la tele era un educador más, como un profesor o como una madre. El control parental era un extraterrestre que aún no había aterrizado en nuestro planeta, y Verano Azul era un aula donde aprendíamos lecciones de vida que la propia vida aún no nos había enseñado.


El libro, sin pretenderlo, sí tiene momentos para la nostalgia. Cebrián nos invita a un doble viaje hasta la serie: viaje real a la Nerja actual, en el que recorre los escenarios de la serie en un delirante recorrido con Tito adulto como guía turístico, y viaje introspectivo, a sus recuerdos y al mito que supone la serie para cualquier adulto que empezó a dejar de ser niño con Chanquete y compañía.


El barco de Chanquete, en la Nerja actual

El libro es un excelente homenaje (sin complacencia y bajo un prisma riguroso pero magnético) a una serie que supo entender el estado de ánimo de un país que salía de la cueva y aún no sabía quién era. Verano Azul nos ayudó (a todos, adultos y niños) a manejar códigos que nadie nos había enseñado y que pronto pasarían a formar parte de la normalidad de nuestras vidas: padres divorciados, madres solteras, gente que vive de forma diferente (inimitable Chanquete), chicos que se quedan solos en el pueblo cuando los veraneantes vuelven a sus ciudades.



Por todo eso, y porque después de cuarenta años seguimos sin saber quiénes somos y adonde vamos, por eso más que nunca, necesitamos de otro Verano Azul. Confío en encender la televisión un domingo a las 15:30 y descubrir que alguien lo ha inventado.

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