He de reconocer que no me gusta escribir sobre un libro que no me ha gustado. Desvirtúa el propósito de este blog, que siempre ha pretendido ser un incentivo al placer que supone disfrutar con un buen libro.
Durante estos meses hay libros que se quedaron fuera del blog por este motivo, ya que, si bien es un placer compartir una experiencia placentera con un libro – con el ánimo de que otros vuelvan a vivir lo mismo – en el caso de una lectura fallida, al que escribe le asaltan las dudas sobre los motivos de su desencuentro con el libro en cuestión. Lo sencillo es atribuirle la responsabilidad del fracaso al autor, considerando que su obra no tiene el nivel o la calidad suficiente esperada. No obstante, si somos realmente justos, debemos asumir que nuestra condición de lectores (y en este caso de críticos aficionados) no nos otorga el poder (y menos si somos críticos aficionados) de representar a la masa lectora y juzgar de forma tan categórica el valor de un libro.
Desde este blog, tras una sosegada reflexión, consideramos justo situarnos en un punto medio: si bien no representamos a todos los lectores, representándonos a nosotros mismos estamos representando a los lectores que se sienten identificados con nosotros. Sería injusto eludir esta responsabilidad, porque si así fuera también deberíamos tener dudas cuando recomendamos de forma entusiasta un libro. ¿no es la lectura sino una experiencia personal con un escritor a través de la máxima expresión de comunicación escrita que representa un libro? Escribir sobre un libro es hacerlo sobre esa experiencia personal, y las reseñas positivas alcanzan verdadero valor si (y sólo si) el crítico afronta y comparte sus experiencias negativas.
Esta reflexión sirve de prólogo a la crítica del último libro que he leído, Historia de un idiota contada por él mismo, del escritor, columnista y académico Félix de Azúa, cuya obra tenía muchas ganas de conocer.
El libro es una suerte de autoficción (que supongo inventada) sobre las experiencias de un joven que basa su periplo vital en la búsqueda de la felicidad, concebida ésta no como un propósito en sí mismo sino como una forma de supervivencia. Vivir es para el narrador un lugar donde la felicidad es una imposición, y alejarse de la misma supone acercarse a la infelicidad (curioso, a través de la propia infelicidad). Paradójicamente esa búsqueda de la felicidad a toda cosa (y de la propia felicidad una vez encontrada) llena a veces de sinsabores al protagonista de la historia, esclavo de esa permanente búsqueda.
El libro está escrito en primera persona y podría categorizarse como un ensayo autobiográfico salpicado de reflexiones filosóficas. Impecable en la forma, el fondo (la historia) ni convence ni engancha en exceso. El leitmotiv de la narración enseguida se me antoja agotado y su repetición forzada y recurrente a lo largo del libro me hastía y me aburre. No en vano, de no ser por la brevedad de la novela, es probable que hubiera optado por el abandono (amenaza que sobrevoló permanentemente durante la lectura del libro).
Félix de Azúa |
Siempre es un fracaso acabar así un libro, sobre todo si su lectura era la carta de presentación para el lector de un escritor al que apetecía conocer. He de reconocer que no comparto muchas de sus columnas de opinión que actualmente escribe en el diario El País (os enlazo un ejemplo reciente) pero éste no me parecía un motivo para renunciar a conocer a un autor de los considerados relevantes en la literatura española actual. Lamentablemente no ha sido un encuentro satisfactorio.
Concluyendo la crítica y abogando por la coherencia manifestada en la primera parte del artículo, no os animo a leer Historia de un idiota contada por él mismo, ni os animo a conocer la obra del autor. La vida es corta y los libros apasionantes por descubrir son casi infinitos.
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